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Textos ciclo 2 (27/03/19)

Actualizado: 27 mar 2019





Poemas de Tania Ganitsky sugeridos por Camila Charry:




Dicen que la última llama se encenderá en el océano. En el vientre de la ballena que hospeda los mitos olvidados, en su canto, que conjura el retorno de los dioses. Pero yo he escondido unas cerillas para amparar las llamas de la tierra.




LOS CABALLOS no iban a vivir

tanto tiempo.

Pero encontraron ofrendas

en el sueño de los muertos.

Allí pastan, beben agua y, a veces,

se acercan a las manos

cubiertas de panela

que brotan como flores dulces

a su alrededor.

Doblan el cuello y reciben la ternura

que también debió extinguirse

hace tiempo.




---




Poema de César Vallejo sugerido por Amalia Moreno:




Me viene, hay días, una gana ubérrima, política, de querer, de besar al cariño en sus dos rostros, y me viene de lejos un querer demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza, al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito, a la que llora por el que lloraba, al rey del vino, al esclavo del agua, al que ocultóse en su ira, al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma. Y quiero, por lo tanto, acomodarle al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado; su luz, al grande; su grandeza, al chico. Quiero planchar directamente un pañuelo al que no puede llorar y, cuando estoy triste o me duele la dicha, remendar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo y me urge estar sentado a la diestra del zurdo, y responder al mudo, tratando de serle útil en lo que puedo y también quiero muchísimo lavarle al cojo el pie, y ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial, interhumano y parroquial, provecto! Me viene a pelo, desde el cimiento, desde la ingle pública, y, viniendo de lejos, da ganas de besarle la bufanda al cantor, y al que sufre, besarle en su sartén, al sordo, en su rumor craneano, impávido; al que me da lo que olvidé en mi seno, en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

Quiero, para terminar, cuando estoy al borde célebre de la violencia o lleno de pecho el corazón, querría ayudar a reír al que sonríe, ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca, cuidar a los enfermos enfadándolos, comprarle al vendedor, ayudarle a matar al matador -cosa terrible- y quisiera yo ser bueno conmigo en todo.




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Poema de Fernando Pessoa sugerido por Jaime Echeverri:




TABAQUERÍA


No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.


Ventanas de mi cuarto, cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién son (y si lo supiesen, ¿qué sabrían?) Ventanas que dan al misterio de una calle cruzada constantemente por la gente, calle inaccesible a todos los pensamientos, real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta, con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres, con el de la muerte que traza manchas húmedas en las paredes, con el del destino que conduce al carro de todo por la calle de nada.


Hoy estoy convencido como si supiese la verdad, lúcido como su estuviese por morir y no tuviese más hermandad con las cosas que la de una despedida, y la hilera de trenes de un convoy desfila frente a mí y hay un largo silbido dentro de mi cráneo y hay una sacudida en mis nervios y crujen mis huesos en la arrancada.


Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó, hoy estoy dividido entre la lealtad que debo a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.


Fallé en todo. Como no tuve propósito alguno tal vez todo fue nada. Lo que me enseñaron lo eché por la ventana del traspatio. Ayer fui al campo con grandes propósitos. encontré sólo hierbas y árboles y la gente que había era igual a la otra. Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?


¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy? ¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas! ¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!


¿Genio? En este momento cien mil cerebros se creen en sueños genios como yo y la historia no recordará, ¿quién sabe?, ni uno, y sólo habrá un muladar para tantas futuras conquistas. No, no creo en mí. ¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas! Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto? No, en mí no creo. ¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando? ¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas -sí, de veras altas y nobles y lúcidas- quizá realizables, no verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente?


El mundo es para los que nacieron para conquistarlo no para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón. He soñado más que todas las hazañas de Napoleón. He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo, he pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant. Pero soy y seré siempre el de la buhardilla, aunque no viva en ella. Seré siempre el que no nació para eso. Seré siempre sólo el que tenía algunas cualidades, seré siempre el que aguardó que le abrieran la puerta frente a un muro que no tenía puerta, el que cantó el cántico del Infinito en un gallinero, el que oyó la voz de Dios en un pozo cegado. ¿Creer en mí? Ni en mí ni en nada. Derrame la naturaleza su sol y su lluvia sobre mi ardiente cabeza y que su viento me despeine y después que venga lo que viniere o tiene que venir o no ha de venir. Esclavos cardíacos de las estrellas, conquistamos al mundo antes de levantarnos de la cama; nos despertamos y se vuelve opaco; salimos a la calle y se vuelve ajeno, es la tierra y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.


(Come chocolates, muchacha, ¡Come chocolates! Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates, mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería. ¡Come, sucia muchacha, come! ¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes! Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño, echo por tierra todo, mi vida misma.)


Queda al menos la amargura de lo que nunca seré, la caligrafía rápida de estos versos, pórtico que mira hacia lo imposible. Al menos me otorgo a mí mismo un desprecio sin lágrimas, noble al menos por el gesto amplio con que arrojo, sin prenda, la ropa sucia que soy al tumulto del mundo y me quedo en casa sin camisa.


(Tú que consuelas y no existes, y por eso consuelas, Diosa griega, estatua engendrada viva, patricia romana, imposible y nefasta, princesa de los trovadores, escotada marquesa del dieciocho, cocotte célebre del tiempo de nuestros abuelos, o no sé cual moderna -no acierto bien la cual- sea lo que seas y la que seas, ¡si puedes inspirar, inspírame! Mi corazón es un balde vacío. Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco, me invoco a mí mismo y nada aparece. Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta. Veo las tiendas, la acera, veo los coches que pasan, veo los entes vivos vestidos que pasan, veo los perros que también existen, y todo esto me parece una condena a la degradación y todo esto, como todo, me es ajeno.)


Viví, estudié, amé y hasta tuve fe. Hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por ser él y no yo.


En cada uno veo el andrajo, la llaga y la mentira. y pienso: tal vez nunca viviste, ni estudiaste, ni amaste, ni creíste (Porque es posible dar realidad a todo esto sin hacer nada de todo esto.) Tal vez has existido apenas como la lagartija a la que cortan el rabo Y el rabo salta, separado del cuerpo.


Hice conmigo lo que no sabía hacer. Y no hice lo que podía. El disfraz que me puse no era el mío. Creyeron que yo era el que no era, no los desmentí y me perdí. Cuando quise arrancarme la máscara, la tenía pegada a la cara. Cuando la arranqué y me vi en el espejo, estaba desfigurado. Estaba borracho, no podía entrar en mi disfraz. Lo acosté y me quedé afuera, Dormí en el guardarropa como un perro tolerado por la gerencia por ser inofensivo. Voy a escribir este cuento para probar que soy sublime.


Esencia musical de mis versos inútiles, quién pudiera encontrarte como cosa que yo hice y no encontrarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente: Pisan los pies la conciencia de estar existiendo como un tapete en el que tropieza un borracho o la esterilla que se roban los gitanos y que no vale nada.


El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta y se instala contra la puerta. Con la incomodidad del que tiene el cuello torcido, con la incomodidad de un alma torcida, lo veo. El morirá y yo moriré. El dejará su rótulo y yo dejaré mis versos. En un momento dado morirá el rótulo y morirán mis versos. Después, en otro momento, morirán la calle donde estaba pintado el rótulo y el idioma en que fueron escritos los versos. Después morirá el planeta gigante donde pasó todo esto. En otros planetas de otros sistemas algo parecido a la gente continuará haciendo cosas parecidas a versos, parecidas a vivir bajo un rótulo de tienda, siempre una cosa frente a otra cosa, siempre una cosa tan inútil como la otra, siempre lo imposible tan estúpido como lo real, siempre el misterio del fondo tan cierto como el misterio de la superficie, siempre ésta o aquella cosa o ni una cosa ni la otra.


Un hombre entra a la Tabaquería (¿para comprar tabaco?), y la realidad plausible cae de repente sobre mí. Me enderezo a medias, enérgico, convencido, humano, y se me ocurren estos versos en que diré lo contrario.


Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos y saboreo en el cigarro la libertad de todos los pensamientos. Fumo y sigo al humo con mi estela, y gozo, en un momento sensible y alerta, la liberación de todas las especulaciones y la conciencia de que la metafísica es el resultado de una indisposición. y después de esto me reclino en mi silla y continúo fumando. Seguiré fumando hasta que el destino lo quiera.


(Si me casase con la hija de la lavandera quizá sería feliz). Visto esto, me levanto. Me acerco a la ventana. El hombre sale de la Tabaquería (¿guarda el cambio en la bolsa del pantalón?), ah, lo conozco, es Estevez, que ignora la metafísica. (El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta). Movido por un instinto adivinatorio, Estevez se vuelve y me reconoce; me saluda con la mano y yo le grito ¡Adiós, Estevez! y el universo se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza  y el Dueño de la tabaquería sonríe.




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