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Texto Ciclo 8


Súplica de amor.


Por mi voz endurecida como una vieja herida; Por la luz que revela y destruye mi rostro; Por el oleaje de una soledad más antigua que Dios; Por mi atrás y adelante; Por un ramo de abuelos que reunidos me pesan; Por el difunto que duerme en mi costado izquierdo Y por el perro que lame los pómulos; Por el aullido de mi madre Cuando mojé sus muslos como un vómito oscuro; Por mis ojos culpables de todo lo que existe; Por la gozosa tortura de mi saliva Cuando palpo la tierra digerida en mi sangre; Por saber que me pudro. Ámame.

Héctor Rojas Herazo, Tolú, Colombia, 1921.



MORADA AL SUR


I


En las noches mestizas que subían de la hierba, jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes, estremecían la tierra con su casco de bronce. Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.

Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo. La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles. (Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas, sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).

Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos. Una vaca sola, llena de grandes manchas, revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga, es como el pájaro toche en la rama, “llamita”, “manzana de miel”.

El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla. Pero ya en la represa, salta la bella fuerza, con majestad de vacada que rebasa los pastales. Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.

El viento viene, viene vestido de follajes, y se detiene y duda ante las puertas grandes, abiertas a las salas, a los patios, las trojes.

Y se duerme en el viejo portal donde el silencio es un maduro gajo de fragantes nostalgias.

Al mediodía la luz fluye de esa naranja, en el centro del patio que barrieron los criados. (El más viejo de ellos en el suelo sentado, su sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta).

No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño se enredaba a la pulpa de mis encantamientos. Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo, al sur el curvo viento trae franjas de aroma.

(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).


II


Y aquí principia, en este torso de árbol, en este umbral pulido por tantos pasos muertos, la casa grande entre sus frescos ramos. Es sus rincones ángeles de sombra y de secreto

En esas cámaras yo vi la faz de la luz pura. Pero cuando las sombras las poblaban de musgos, allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos, sus lunas más hermosas la noche de las fábulas

* * *

Entre años, entre árboles, circuida por un vuelo de pájaros, guirnalda cuidadosa, casa grande, blanco muro, piedra y ricas maderas, a la orilla de este verde tumbo, de este oleaje poderoso.

En el umbral de roble demoraba, hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito, el alto grupo de hombres entre sombras oblicuas, demoraba entre el humo lento alumbrado de remembranzas:

Oh voces manchadas del tenaz paisaje, llenas del ruido de tan hermosos caballos que galopan bajo asombrosas ramas.

Yo subí a las montañas, también hechas de sueños, Yo subí, yo subí a las montañas donde un grito persiste entre las alas de palomas salvajes.

* * *

Te hablo de días circuidos por los más finos árboles: te hablo de las vastas noches alumbradas por una estrella de menta que enciende toda sangre:

te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria que cae eternamente en la sombra, encendida:

te hablo de un bosque extasiado que existe sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.

Te hablo también: entre maderas, entre resinas, entre millares de hojas inquietas, de una sola hoja: pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia, hoja sola en que vibran los vientos que corrieron por los bellos países donde el verde es de todos los colores, los vientos que cantaron por los países de Colombia

Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales, junto a cielos, que tiemblan temerosos entre alas azules:

te hablo de una voz que me es brisa constante, en mi canción moviendo toda palabra mía, como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan dulcemente, toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.


III


En el umbral de roble demoraba, hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito, un viento ya sin fuerza, un viento remansado que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.

Y yo volvía, volvía por los largos recintos que tardara quince años en recorrer, volvía.

Y hacía la mitad de mi canto me detuve temblando, temblando temeroso, con un pie en una cámara hechizada, y el otro a la orilla del valle donde hierve la noche estrellada, la noche que arde vorazmente en una llama tácita.

Y a la mitad del camino de mi canto temblando me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas, con tanta angustia, un ave que agoniza, cual pudo, mi corazón luchando entre cielos atroces .


IV


Duerme ahora en la cámara de la lanza rota en las batallas. Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran las abejas doradas de la fiebre, duerme. El río sube por los arbustos, por las lianas, se acerca, y su voz es tan vasta y su voz es tan llena. Y le dices, le dices: Eres mi padre? Llenas el mundo de tu aliento saludable, llenas la atmósfera.

—Soy el profundo río de los mantos suntuosos.

Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido suavemente tus párpados, como dos hojas más, a su follaje negro.

* * *

No eran jardines, no eran atmósferas delirantes. Tú te acuerdas de esa tierra protegida por un ala perpetua de palomas. Tantas, tantas mujeres bellas, fuertes, no, no eran brisas visibles, no eran aromas palpables, la luz que venía con tan cambiantes trajes, entre linos, entre rosas ardientes. Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa, tu sangre?

* * *

Todos los cedros callan, todos los robles callan. Y junto al árbol rojo donde el cielo se posa, hay un caballo negro con soles en las ancas, y en cuyo ojo líquido11 habita una centella. Hay un caballo, el mío, y oigo una voz que dice: “Es el potro más bello en tierras de tu padre”.

* * *

En el umbral gastado persiste un viento fiel, repitiendo una sílaba que brilla por instantes. Una hoja fina aún lleva su delgada frescura de un extremo a otro extremo del año. “Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida”.


V


He escrito un viento, un soplo vivo del viento entre fragancias, entre hierbas mágicas; he narrado el viento; sólo un poco de viento.

Noche, sombra hasta el fin, entre las secas ramas, entre follajes, nidos rotos —entre años— rebrillaban las lunas de cáscara de huevo, las grandes lunas llenas de silencio y de espanto.

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