No te engañes,
tú que pareces un pajarillo
extraviado en el bosque nevado que se extiende
hasta el pecho de Tagore,
de Whitman y de Jammes,
cuyas obras reemplazan la cruz sobre tu cama,
pues no es la vejez del mundo
ni la del día varias veces milenario
la que se acaricia aquí la barba blanca
y espesa como el olvido,
como la esperanza y como la bruma de las mañanas tórridas,
allá, encima de todas las montañas,
astrólogo interrogando a las estrellas
y fumando una pipa de barro.
Es su juventud, oh hijo mío,
la juventud eterna del mundo:
metamorfoseada
(tal vez gracias al canto de tus poetas preferidos
que crean para ti una religión
en ese insondable silencio
poblado de columnas y de ríos,
de vivos y de muertos),
ya no es sino la sombra de todo el pasado
y ya no escucha sino este único presente
Jean Joseph Rabearivelo
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